Una tarde de
otoño salí a pasear. Entré a una plaza y
me senté en un banco a descansar. Al
poco tiempo, llegó una anciana y se sentó a mi lado. Pronto empezó a hablarme de sus recuerdos, de
todo lo que había vivido; momentos buenos y malos. Como todo el mundo, le dije. Ella, entonces, me contestó que no todo el
mundo lleva igual los avatares de la vida.
La miré y vi en sus ojos una mirada evocadora, tan profunda que me
conmovió. Pensé en cuánta magma de
tormentas y melancolías, amores y desamores reflejaban aquel rostro y aquellos
ojos. Le comenté que todo tenía una
recompensa, porque llegar a su edad con una mente tan clara, era una bendición
de Dios. Poco después, me levanté y me
despedí. Le di las gracias por todo lo
que había aprendido en dos horas a su lado.
Al escucharme, se le llenaron sus preciosos ojos de lágrimas y con voz
temblorosa, me agradeció haber escuchado el relato evocador y melancólico de su
vida.
Sin duda el tono melancólico exigido está logrado, muy en consonancia con el título y la imagen también.
ResponderEliminarLa sabiduría de los mayores es muy importante y saber oírles es lo mejor que les puede pasar. Lo se por experiencia. Me encanta tu forma de narran.
ResponderEliminar!Qué cuento tan bonito!. Tienes magia narrativa. Mª Dolores.
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