Se pasaron todo el
trayecto discutiendo sobre lo mismo, ninguno se bajaba del burro. ¡Que sí papá,
que sí existen, la profesora nos lo contó también! –se apresuró a decir la
hija, una niña de 12 años-. ¡Tú siempre estás a favor de tu madre! –le
recriminó el padre- nunca me das la razón a mí. ¡No te enfades vamos a acercarnos,
a ver que son esas luces y así saldremos de dudas!
Se dirigieron al lugar
donde observaron las luces extrañas que tanta polémica estaban provocando.
¡Papá, tengo miedo! ¿y si son extraterrestres y nos raptan, nos meten en su
nave y nos llevan a su planeta y no volvemos más? –dijo la niña muerta de
miedo-. ¡No te asustes, seguro que no es nada, eso deben de ser chicos que están
de acampada y se alumbran con linternas, y tu madre pensando en platillos
volantes, ella se cree todo los chismes que cuentan!. –comentó el padre-. ¡No
solamente existen, sino que para estos seres, la familia y concretamente la
madre desempeña una tarea insustituible y vital en el desarrollo del hijo! –le
aclaró la mujer-. ¿Viven tanto como nosotros? –preguntó la niña-. ¡Según he
leído viven más tiempo, y sin defectos físicos, sin enfermedades! –comentó la
madre que estaba muy al tanto de todo lo referente a esos seres-. Cuando
llegaron a la zona donde vieron los
centelleos, bajaron del coche con mucho sigilo, se acercaron al lugar, estaban
muy nerviosos, justo delante estaban las “luces”.
La sorpresa fue tremenda,
no se esperaban algo así: era una bandada de luciérnagas hembras que despedían
su luz fosforescente.
¡No te preocupes mamá, ya
tendremos ocasión de averiguar si existen los extraterrestres!.
Ya tenía yo ganas de encontrarme con extraterrestres, pero tampoco en este relato ha sido posible. Como dice la hija de la protagonista: ¡ya tendremos ocasión!. Seguro que un día nos lo cuentas, Naty, que imaginación no te falta.
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