Había preparado ese viaje
con mucha ilusión, era la primera vez que iba a estar fuera de mi casa tanto
tiempo.
Esperaba encontrar cosas y
costumbres nuevas, grandes edificios y calles muy largas. Al llegar, fue todo
impresionante. Me hallé una ciudad
variopinta, con muchísima gente en las calles y parques, todos vestían a su manera puesto que es una
ciudad visitada por muchas culturas y cada una tiene su propio estilo. Pero la
impresión más fuerte estaba por llegar.
Al cruzar una gran vía, me
encontré con una niña como de doce años, que deambulaba por la calle, desorientada
gritando por su madre. Yo intenté calmarla como pude, pero no me escuchaba. La
arropé entre mis brazos para llevarla a un puesto de socorro, pero al mirar
hacia atrás sentí como una multitud de gente nos empujaba; todos corrían
despavoridos sin saber dónde ir. Ensordecida
por el ruido de las ambulancias y cogiendo a la niña por un brazo, corrí hasta llegar al sótano de un edificio.
Allí estuvimos hasta que
todo empezó a calmarse. Al salir, me encontré con un policía que nos acompañó
al hospital.
Hoy, en la tranquilidad de
mi casa, recuerdo a aquella niña que no sólo
había perdido a su madre, sino también la audición de uno de sus oídos.
Aquella carita de horror y desolación no se me olvidará
jamás, entre otras cosas porque seguimos en contacto y aunque haya pasado trece
años y en septiembre cumpla los veinticinco, recordaremos aquella inútil e
innecesaria masacre.
Buen trabajo. Sin nombrarlo, como se te pedía, contaste lo ocurrido el 11 de Septiembre 2001 en Nueva York, desde el punto de vista de una de sus víctimas.
ResponderEliminarEl 11 de septiembre mejor contado y más bonito es el tuyo. Muy tierno. !Bravo!. MªDolores.
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