Guadalupe y Enrique iban a
ver la lluvia de estrellas que había aquella noche en el Valle Ucanca. Cuando
iban subiendo por la Esperanza poco después de pasar el pueblo, empezaron a ver
una luz que subía y bajaba entre los árboles. ¿Enrique estás viendo lo mismo
que yo? Sí hija sí ¿qué será? ¡tiempo de caza no es! ¡calla! ¡a ver si son
cazadores furtivos! ¿Y tienen fatal puntería y nos dan?. Ay Enrique ¿y si
fueran gente de otro planeta? ¡Ay, Guadalupe, ahora si es verdad que se te fue
la pinza!.
Siguieron avanzando y
cuando llegaron a las Lagunetas, la luz desapareció detrás de unos pinos, pero
detrás de ellos, salieron dos cosas brillantes de unos cincuenta centímetros más o menos; no se podía distinguir lo que era.
Guadalupe y Enrique se
miraban entre sí cada vez más incrédulos, mientras tanto aquellas dos cosas
brillantes seguían avanzando. A todas estas, decidieron parar el coche.
Guadalupe, ni corta ni perezosa, se bajó, caminó hacia ellos, cuando estaba más
cerca vio que eran dos cuerpos, no dando crédito a lo que veía, mientras que
Enrique al fondo, en el coche, le pedía que regresara, que estaba loca. Ella
tan emocionada que ni lo oía.
Mientras, aquellos cuerpos tan pequeños la
miraban con sus ojitos saltones tan tiernos, que su instinto maternal le hizo
extender sus manos para acariciarlos. Al tanto aquellos cuerpecitos aumentaron
su tamaño veinte centímetros.
Ya en confianza, le
contaron:
-Venimos de un lugar
secreto, a ver la lluvia de estrellas.
Pero le explicaron que se quedaban
por allí para que no los vieran porque no querían quitarle protagonismo a las
estrellas.
Guadalupe le hacía señas a
Enrique para que se acercara, pero él no se movía del coche, cada momento que
pasaba estaba más pálido.
Uno de aquellos seres la
cogió de la mano para mostrarle la “nave” donde habían venido, al par que otro
caminaba delante dando saltos. Ella estaba encantada, cuando al cabo de media
hora regresó, a Enrique estaba a punto de darle un colapso. Tan mal lo veía que
decidieron darse la vuelta porque ya habían visto bastante por el momento.
¡Qué valientes y aventureras somos las mujeres! Guadalupe no le tiene miedo a nada, ¡bravo por ella!
ResponderEliminarMuy bonita tu narrativa, pero no explicaste quién es Enrique. MªDolores.
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