Era la fiesta de
Santa Margarita y, como todos los años, aprovechando esa celebración, todas las
amigas estrenábamos traje y zapatos nuevos.
En aquella ocasión, yo me hice un bonito vestido de crespón con falda de
tablas que estaban de moda.
Ocurrió que las
chicas del pueblo vecino de Guatiza, que venían caminando desde Mala, vinieron
a mi casa a dejar los zapatos viejos, para ponerse los nuevos para ir al
baile. No quiero acordarme de lo que
sucedió después, porque fue horrible.
¡Yo estaba tan
contenta con mi traje!. De regreso del
baile, yo llegué a mi casa primero que el resto de chicas. Me quité el vestido y lo coloqué encima de
una silla, antes de irme a dormir.
Cuando me
levanté, fui a verlo. Me llevé la
desagradable sorpresa de descubrir que me lo habían mordido. ¡Qué gran
desilusión! Con tristeza, tuve que desbaratarlo para cortar el rasgón que me
habían hecho y le di forma a la falda otra vez.
Nadie sabe lo que sufrí yo con motivo de aquel desagradable incidente.
Está claro que,
después de aquello, no las dejé más ir a mi casa.
Malas aquellas chicas de Mala, si me permites el juego de palabras. Sin duda, una vivencia para quedar marcada con fuego en la memoria porque nos dibuja el lado oscuro donde viven los celos y la envidia, donde se gestan acciones tan bajas como ésta que nos cuentas.
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