Aquel vestido
fue el más bonito que tuve en mi infancia.
Me lo hizo una prima costurera. Era
blanco, no recuerdo la clase de tela, pero hacía ruido cuando movía la
falda. Era rizado en la cintura, con
mucho vuelo, mangas bombachas y cuello bebé.
Tenía unas alforzas estrechitas
en el pecho, mangas y falda, así como unos volantitos por arriba y por debajo
de las alforzas. El vestido estaba
rematado con un gran lazo trasero y todo él en conjunto a mí me parecía
precioso. Por aquel entonces yo tenía
doce años y estaba encantada con él.
Me lo
confeccionaron para que lo estrenara en la boda del mayor de mis hermanos y
luego me lo ponía los domingos para salir con mis amigas.
Recuerdo que mi
madre tenía un espejo grande y yo me miraba en él cuando me enfundaba en mi
vestido. Empezaba a dar vueltas y la
falda se subía enseñando mis piernas y…¡hasta las bragas!. ¡Qué orgullosa estaba yo de mi vestido!
Ya sabía yo que el tema iba a sacar del baúl de los recuerdos, historias y memorias entrañables, como la que nos cuentas, Nati.
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