Mi madre se empeñó
en comprarme tela para un vestido en Almacenes Bamhna; donde más caras las
vendían. Era una preciosa batista
bordada de color azul. Ella cosía muy
bien y me lo confeccionó con un cuello redondo y mucho vuelo.
Yo estaba muy
feliz con mi vestido nuevo. Lo estrené
el día del Carmen, como se acostumbraba en aquellos tiempos (sólo se estrenaba
dos veces al año; ese día y en la festividad de la Cruz el Tres de Mayo). Luego, me los ponía en grandes ocasiones,
entre ellas las fiestas patronales de Arafo y de Fasnia.
Al año
siguiente, mi madre le quitó el cuello y en su lugar, le hizo un escote y de
ese modo, ¡lo volví a estrenar el día de La Cruz!.
¿Pueden
imaginarse mi sorpresa cuando al tercer año vi como lo desarmaba otra vez para
hacerlo de nuevo? ¡Ah, no!. Le dije muy en serio:
–Me niego a volver a estrenarlo. Me lo pondré,
pero a cambio quiero otros dos vestidos para las fiestas señaladas. Yo no vuelvo a la fiesta tres años seguidos
con el mismo traje, aunque le hayas cambiado el modelo.
Mi madre, la
pobre, no tuvo más remedio que acceder, aunque aquel me lo seguí poniendo hasta
que no me sirvió.
Aun un poco
cansada de ir siempre vestida de azul, tengo que reconocer que cuando miro
hacia atrás, en mis mejores recuerdos aparece ese vestido que estaba tan unido
a mí, como si de una segunda piel se tratara.
Preciosa historia nacida de recuerdos atados al color azul, reflejos de una época que avivaba el ingenio para reconvertir vestidos y sueños.
ResponderEliminarTu madre tenía mucha imaginación. Me encanta como de un solo vestido confeccionó varios modelos. Creo que tú
ResponderEliminareras una niña caprichosa. Mª Dolores.
Chiquita paciencia tenía mi abuela... Con lo que cuesta descoser!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar