Una tarde, acompañé
a mi madre de tiendas. Vi una falda plisada
que me encantó pero, como siempre, pensé antes en las circunstancias que en mí,
y no dije nada. Sin embargo, al llegar a
casa, ella me preguntó si me había gustado la falda, a lo que contesté
afirmativamente. Entonces, mi madre me
prometió que si los exámenes me salían bien, ella me la compraría. Imaginen mi alegría, ¡por fin iba a tener mi
deseada falda!: yo estaba segura de que sacaría buenos resultados.
Llegó el día de
las notas y, con ellas en las manos, llegué muy contenta a casa. Al día siguiente, mi madre fue a comprar mi
falda. Cuando la vi, me pareció increíble
poder tener entre mis manos aquel regalo inmenso para mí.
Mi felicidad
duró poco. El regalo tenía truco. Al primer lavado, se le fue el plisado a la
falda y con él mi gran ilusión. Los
pliegues eran de imitación.
Esta anécdota se quedó adherida a los pliegues de la memoria para salir hoy a la luz, transformada en un bonito relato que se acerca con dulzura a una época de escasez que forjó el carácter de quienes la vivimos en primera persona.
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