miércoles, 14 de octubre de 2015

PLIEGUES Candelaria Bacallado



Tendría yo siete u ocho años.  A mí me gustaba mucho estudiar y, por aquella época, era tiempo de exámenes.
Una tarde, acompañé a mi madre de tiendas.  Vi una falda plisada que me encantó pero, como siempre, pensé antes en las circunstancias que en mí, y no dije nada.  Sin embargo, al llegar a casa, ella me preguntó si me había gustado la falda, a lo que contesté afirmativamente.  Entonces, mi madre me prometió que si los exámenes me salían bien, ella me la compraría.  Imaginen mi alegría, ¡por fin iba a tener mi deseada falda!: yo estaba segura de que sacaría buenos resultados.
Llegó el día de las notas y, con ellas en las manos, llegué muy contenta a casa.  Al día siguiente, mi madre fue a comprar mi falda.  Cuando la vi, me pareció increíble poder tener entre mis manos aquel regalo inmenso para mí.
Mi felicidad duró poco.  El regalo tenía truco.  Al primer lavado, se le fue el plisado a la falda y con él mi gran ilusión.  Los pliegues eran de imitación.



1 comentario:

  1. Esta anécdota se quedó adherida a los pliegues de la memoria para salir hoy a la luz, transformada en un bonito relato que se acerca con dulzura a una época de escasez que forjó el carácter de quienes la vivimos en primera persona.

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