Yo me he puesto
a pensar y creo que a todas las mujeres, en el transcurso de nuestras vidas,
nos ha ilusionado lucir un trajito nuevo.
En mi juventud, yo gozaba diciéndole a mis amigas: ¡voy a estrenar un
vestido!, qué tontería, ni que eso fuera gran cosa.
Tengo recuerdos
muy bonitos de mi vestido de comunión, tal vez porque evoco la gran ilusión de
ver reunidos a mi familia y a los amigos para pasar un día alegre como
aquel. También mi traje de novia, el que
lucí el día de mi boda, el más bonito de mi vida, cuando empecé la unión con la
persona con la que compartí cuarenta y siete años de mi existencia.
Hay mucho que
contar sobre los trajes. Recuerdo cómo me gustaba lucirlos en los bailes del
Casino de Santa Cruz de La Palma, sobre todo en Fin de Año, con mi vestido
largo…
Recuerdos de
nuestra vida alegres, que nos dan satisfacción pensando en las fiestas y en los
ratos felices que pasamos… y que hacen que olvide el último vestido, el de la despedida
definitiva…
Sí, desde luego siempre es mejor acercarnos a los recuerdos agradables, bonitos, dulces, esos que llenan nuestro espíritu de alegría
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