Estoy
trabajando en un taller de bordado. Un
día, se presentó un torero de tronío para que le bordara un capote. Como la profesora me tiene como la más
diestra, me dio el trabajo a mí para que yo lo bordara. Nada más ver al torero, se me paralizó el corazón. Era alto, fornido y muy guapo. Él también se fijó en mí; fue un flechazo de
Cupido.
Nuestro
noviazgo duró mucho tiempo. Fuimos muy
felices, íbamos a todas parte juntos.
Nos gustaba mucho ir al lago para montar en barca. Hacíamos barquitos de papel y los tirábamos
al agua. También, paseábamos por el
campo y cogíamos flores que luego deshojábamos para lanzar al lago, junto con
los barquitos. Veíamos como se
deslizaban, lago abajo, en medio de sus aguas cristalinas.
Una
vez, fuimos de viaje y allí noté algo raro.
Íbamos en tren y entre los viajeros había una joven rubia y de buena
presencia. Al llegar a nuestro pueblo,
nos despedimos con un abrazo y un hasta mañana.
Después de aquel día, lo esperaba todas las tardes para pasear por el
lago y coger flores, como hacíamos siempre pero, fue en vano. Nunca llegó.
Con
mi tristeza a cuestas, paseaba lago arriba y lago abajo, esperando su llegada
hasta el día en que me roza la certeza de que somos como barquitos de papel
ante el destino. Nunca más lo esperé.
Somos dueños de nuestro destino. No dejar que nuestra vida sea como un barquito de papel a su merced, es la lección que podemos sacar de tu historia, Carmita. Muy bonito tu relato.
ResponderEliminarLOS TOREROS SON MUY VOLUBLES, NO SE PUEDE UNO FIAR DE ELLOS. EL RECUERDO ES AGRIDULCE Y PERDURA EN EL TIEMPO.
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