Me
llamo Cristobalito y mis padres, cuando viajan por motivos de trabajo, me dejan
con la tía abuela Lastenia que vive en una gran casona. Es tétrica, oscura y el personal de servicio es viejo. Desde las ventanas, yo veo como juegan los
otros niños pero, a mi no me dejan salir.
Trato de divertirme como puedo aunque a mi tía no le gustan mis bromas y
me castiga por todo. Me manda a mi
habitación y total solamente por poner un ratón en la sopera, ¡y eso que estaba
muerto!. Salgo al pasillo y me pongo a
husmear. Llegó a un salón lleno de
estanterías con libros. Hay tantos que
no sé cual coger. Escojo uno de
aventuras y sigilosamente, me lo llevo a mi cuarto. Me pongo a leerlo y se me pasa el tiempo sin
darme cuenta. ¡Es una historia increíble!.
Me llaman para comer y no me entero.
De pronto, se abre la puerta y la tía me mira, con cara seria, mientras
se da cuenta del libro. ¡Dios, cómo se pone! ¡Furiosa!.
-¿Cómo
te atreves? ¿No sabes que no se puede tocar nada en la biblioteca de mi
difunto? Coge el libro y llévalo a su sitio, inmediatamente.
Cuando
lo coloco, me siento apenado. Pensé que los libros eran para leerlos no para
servir de adorno. ¡Lástima que se terminó la magia del cuento! No tendré más
remedio que seguir haciendo bromas…
¡Buenísimo este relato! Me enamoré enseguida de este personaje, Cristobalito y de la idea que navega en tu relato, también; esa que habla de la magia escondida en los libros, el poder seductor de la lectura. ¡Aplausos para ti, Caya!
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