Cada día la misma rutina, desde que amanece hasta que
oscurece. Me levanto temprano, me ducho,
me visto, tomo lago ligero y salgo corriendo para no perder la guagua y así,
aprovechar la mañana.
Hoy, a pesar de ser miércoles, aún me siento llena de
vitalidad y muy optimista, lo cual es raro después de una semana tan ajetreada
como la que he tenido.
Ya en la parada, me resguardo dentro de la marquesina porque
está empezando a llover y no me quiero mojar el pelo porque deseo que me dure
bien para el fin de semana. Acaba de
llegar la guagua y subo a ella sin demora para poder sentarme antes de que
reanude la marcha. Una vez acomodada en
mi sitio, miro a mi alrededor y me percato de la presencia de una persona que
me resulta conocida. ¡Ay!, creo que es mi profesora pero, dudo, porque ella no
acostumbra viajar en guagua. Sigo
intrigada, el parecido es enorme. Claro,
estaba de espaldas pero, ahora que se ha girado…¡es ella!, tan vital y risueña
como siempre. Y yo, sin más, le grito:
¡Isabel, Isabel! pero, no me oye. La
sigo con la mirada y veo como baja y cruza la calle.
¡Qué pena me deja no haber podido hablar con ella sobre unas
dudas que tengo! Quería comentarle algo
respecto al taller…, es que en la clase no encuentro el momento oportuno para
ello. Pues, no importa, esta tarde la
veo de nuevo, como todos los miércoles y tal vez surja la ocasión…
Sorprendida he quedado al verme subida a esa guagua, convertida en un personaje de tu relato. Ingenio al servicio de la narrativa. ¡Divertido giro el que has dado a tu particular versión en tiempo presente, de relatos en la guagua!. Muy bien.
ResponderEliminarCON TU INGENIO, LLENAS TUS RELATOS DE GRACIA, TERNURA, AÑORANZA...ME GUSTA LEER TODO LO QUE ESCRIBES.ERES MUY VERSÁTIL,DIVERTIDA Y ESPONTANEA, ESO ENRIQUECE TODO LO QUE CUENTAS.
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