Hace cuarenta años que estrené la vivienda donde
habito. Al ir aumentando la familia, fue
obligado cambiarnos y, como ya vivíamos en la misma calle, la mudanza resultó
poco usual. Delante iba el camión con
los enseres y, mi esposo y yo detrás, caminando con los cuatro niños. La más pequeña en el cochecito porque sólo
tenía veinte días y la mayor siete; pueden imaginarse a los tres cogiditos de
la mano y pegados a nosotros, rumbo a lo desconocido.
Después del caos tan grande que supone una mudanza,
cuando todo se fue normalizando, empezamos a conocer a los vecinos del
edificio. Los que vivían en el mismo
piso, los de la derecha, era un matrimonio de cierta edad con tres hijos
mayores, incluso alguno ya casado. Con
estos vecinos siempre mantuve una buena relación y, en algunos casos, me
resultaron de gran ayuda. Con el paso de
los años, como es natural, fueron envejeciendo y terminé perdiéndolos. Los hijos decidieron vender el piso y así lo
hicieron.
Llegaron entonces mis nuevos vecinos; un matrimonio encantador, con tres hijos
pequeños a los que he ido viendo crecer.
Es como si fuera la otra cara de la moneda, primero me tocó a mi ser la
más joven y ahora, en cambio, soy la mayor.
Procuro llevarlo bien y no ser muy pesada. A todos los quiero mucho y creo que ellos a
mí, también. Cuando me ven, siempre me
saludan de frente y no salen corriendo, refugiándose bajo ningún paraguas.
Un retazo más de tus memorias, esas que has venido rescatando poco a poco para dejarlas sobre el papel, para nuestro disfrute. Yo personalmente, conectó fácilmente con la autenticidad de las vivencias propias que, al leerlas con detenimiento, siempre dejan dulzura, emoción y hasta enseñanzas. Gracias.
ResponderEliminarERES FORMIDABLE EN TODO LO QUE HACES, MÁS AÚN EN TUS RELATOS, LLENOS DE NOSTALGIA Y BONITOS RECUERDOS. DA GUSTO SU LECTURA. HASTA LA PRÓXIMA.
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