Raimundo, de profesión labrador, ha colocado en su
huerto un espantapájaros, para proteger la cosecha, intentando con eso, que los
pajarillos no picoteen las verduras. Lo
ha vestido con una levita descolorida, que antaño perteneció a su abuelo. También le ha puesto un sombrero de paja
comprado en un mercadillo.
El espantapájaros asusta a las aves, menos a una
preciosa calandria. Se siente atraído
hacia ella. Permite que se pose en las
lechugas y, en agradecimiento, la calandria le susurra una dulce melodía.
Una mañana gris, la calandria le anuncia algo.
-Vengo a despedirme, he encontrado a un garboso
mirlo y me ha invitado a recorrer Europa con él.
¡Pobre espantapájaros!. Le suplica que no se aleje de él, pues la ama
locamente, mas ella no le hace caso. La
calandria parte volando camino de su velocidad.
Al quedarse solo, al espantapájaros le saltan lágrimas que se funden con las gotas de lluvia que caen del plomizo cielo.
¡Adiós, bella calandria!
La literatura se siente siempre atraída por los amores imposibles. Este relato breve es una muestra de ello. Triste y sin embargo, hermosa historia de un amor no correspondido. Me ha gustado, Dolores.
ResponderEliminarEsta narración trae a mi memoria una bella canción de una calandria y un gorrión. Me encanta como escribes y disfruto haciéndolo.
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