El dueño de una finca con mucho terreno colocó, como era habitual para asegurar la cosecha, varios espantapájaros vestidos con sacos, sombrero y paja. Aquella vez se le ocurrió ponerle, a uno de ellos, la cara de Fran de la Jungla y en lugar de ahuyentar a los pájaros, los atraía. Entre ellos, se acercó una paloma blanca, que bien podría ser la de Noé porque tenía hasta la ramita de olivo en el pico. El caso es que como el saco que formaba el vestido del espantapájaros tenía un bolsillo grande, la paloma dormía allí todas las noches.
Cuando el dueño de la finca se enteró de aquel milagro, lo premio haciendo para él una caseta y nunca más quitó a aquel espantapájaros de sus tierras.
Pues esa paloma bien podría ser la de la paz, ¿verdad, Teresa? porque el espantapájaros fue premiado pese a no cumplir su cometido. Muy bien
ResponderEliminarNo reconozco en esta narración, tu tono irónico ni la gracia andaluza de otros pero, eso si, me ha encantado.
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