Entró de
puntillas al libro, una noche de abril.
Aprovechó que ya todos dormían y, sigilosamente, se adentró en el
cuento, el que tantas veces le contaron de pequeña y que no le acabó de gustar
nunca porque había en él ¡tanta envidia y maldad!.
Pronto
descubrió que, la madrastra de Blancanieves no era tan mala –era una leyenda
urbana-, había querido y mimado a la niña desde pequeña. Era cierto que la reina era muy hermosa y
Blancanieves también era muy linda, pero no existían celos entre ellas. El culpable de todo fue el dichoso espejito mágico,
que era un pícaro redomado, amigo de crear conflictos. Siempre fue un incordio e improvisaba
historias turbulentas que jamás habían existido y que algunas personas
creyeron. Todo lo que él relataba era
pura invención.
Lo de los
enanitos sí fue real, pero no de la forma en que nos lo han contado. Blancanieves les conoció durante una excursión
al bosque y se hicieron amigos. Su
madrastra la acompañaba ese día y, posteriormente, ambas les llevaron de regalo
exquisitas manzanas para que comieran todos.
Ellos las saboreaban y se relamían del gusto.
Al espejito
mágico lo mandaron a enterrar a un lugar profundo y aislado, por mentiroso y
amigo de organizar líos.
¡Qué bueno, Mary! Los hermanos Grimm creyeron la versión contada por ese espejo que era más perverso que mágico y claro, de ese modo llegó a nosotros la historia. Yo me quedo con la tuya, desde luego, deja mejores sensaciones; más dulces y conciliadoras
ResponderEliminarNo están los tiempos para envidias y recelos, hay que poner un poco de optimismo a la vida.
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