Entró de
puntillas al libro, una noche de abril. Aprovechó
que ya todos dormían y, sigiloso, se adentró en la historia para cambiarle el
final.
La bella durmiente, al pincharse con un huso,
quedó dormida, pero su hada madrina dijo que despertaría pasados cien años,
cuando un príncipe le diera un beso. Los
padres estaban desesperados porque transcurridos los cien años, el príncipe no
llegaba y temían que el hada madrina se hubiera equivocado.
Un día,
vieron aparecer a un joven, montado en su caballo y los guardianes de la bella,
lo llevaron para que la viera y le diera un beso. El príncipe no quería.
-¡Estoy
prometido con otra princesa y la amo! –decía
el joven.
Pero tanto
insistieron que, finalmente, se acercó a la urna donde estaba la
durmiente. El príncipe se agachó para
darle el beso y al hacerlo, dio un grito de terror y salió corriendo; montando
su caballo, desapareció.
Cuando se
acercaron para ver que había pasado, vieron que la bella ya no lo era. El hada madrina se había equivocado con los
apuros y la durmiente era una anciana de más de cien años.
Muy bien, Nati. Esperaba ansiosa llegar al final para descubrir qué cambios habías hecho. Debo decir que me sorprendió gratamente ver que decidiste alejarte de los desenlaces almibarados de “fueron felices y comieron perdices”. No es que me gusten los finales tristes, pero sí y mucho, los que se alejan de convencionalismos. Bravo.
ResponderEliminarEstá muy bien. Esa realidad palpable de transcurso de los años, ha sido la nota impactante de tu nuevo cuento. ¡Bravo Nati!, me ha encantado.
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