Era la menor
de cinco hermanos. De soltera no
trabajó, ni dentro ni fuera de casa, sólo los mandados, pero cuando se casó a
los veintidós años, se enfrentó al trabajo del hogar, al que no estaba
acostumbrada, sobre todo la cocina y lavar la ropa. En aquella época no tenía lavadora y las
sábanas le resultaban enormes.
Pasaron los
años, tuvo cinco preciosos hijos, de los que estaba muy orgullosa y sentía que
ellos eran lo mejor que le había pasado en su vida. Atendía al marido, la suegra y los hijos, no
paraba pese a lo cual, la mayoría de las veces, no le reconocían su trabajo.
Cuando el
hijo pequeño tenía seis años, empezó a trabajar fuera de casa. Tenía que compaginar los dos trabajos y la
familia. En esa tarea, hubo momentos buenos y momentos malos que le marcaron.
Al cabo de
cuarenta años, toda una vida, enviudó y tres años después, se jubiló.
Esta
resumida historia es como la de miles de mujeres que viven con orgullo el ocho
de marzo, el día de la Mujer.
La protagonista
de este relato, ahora es feliz, con sus hijos y nietos y, aunque hay retazos de
su vida que ha omitido y quedan solo para el recuerdo porque…, como dijo Teresa
de Calcuta en un poema a la mujer:
“Haz que, en vez de lástima, te
tengan respeto”
Emocionada quedo al terminar de leer tu relato, Naty, por lo que cuentas sí, pero también por aquello que me atrevo a leer entre líneas. La historia de una mujer que, como tantas otras, entregaron sus horas y su amor al servicio de los otros. Me recuerdan historias cercanas que como la que cuentas, merecen todo mi respeto y admiración. Un abrazo inmenso.
ResponderEliminarProfundo y crudo relato el de esas mujeres que jamás se han rendido. Un homenaje a ellas, que lo tiene bien merecido.
ResponderEliminarQuerida Nati, ésta narración me ha encantado, me alegra mucho que te hayas decidido .
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