Bajo
la tibia tarde de mayo, paseaba con mi pena a cuestas, por el viejo
embarcadero, a esa hora ya desierto. Descansaba de la ajetreada mañana de faena.
Deambulando sin rumbo fijo, dejaba que los pies me llevasen, sin oponer
resistencia alguna, cuando vislumbré, a lo lejos, el viejo y olvidado barco de
don Julián.
Sin
darme apenas cuenta, estaba subida en él. Ya no era ese imponente y majestuoso
barco que fue antaño; el paso del tiempo había hecho mella en él, al igual que
en mi maltrecho corazón.
Tenía
la madera áspera e incluso podrida, los tornillos oxidados, pero seguía
luchando por mantenerse a flote. Así me sentía yo, como un barco viejo olvidado
y oxidado; sombra viva de lo que fue y ya nadie recuerda.
Apoyada
en la barandilla de proa, mirando al infinito mar, una lágrima brotó de mis
ojos y entonces… cayó al mar.
Bella analogía entre un antiguo barco y un viejo corazón maltrecho, que sirve para acercarnos a un clásico de la literatura: el paso del tiempo y sus efectos en nuestro ánimo. Pareciera que el viejo barco y la protagonista de esta historia se fundieran en uno solo y, acaso, esa lágrima que cayó al mar fuera de los dos. Me ha gustado.
ResponderEliminarComo de costumbre nos has brindado un relato estupendo lleno de evocaciones. Mu ha gustado un montón
ResponderEliminar!Qué romántico!, es precioso. Cuando lo leiste en el taller, me quede pasmada. !Bravo!. Mª Dolores.
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