Nada más abrir los ojos, aparecía ante mí; tenía el hábito de
permanecer junto a mi cama, aguardando a que despertara, y eso, me exasperaba. Donde quiera que
acudiera, sentía su presencia, constantemente acechándome, hostigándome; así
días, meses…, años. Ya no podía soportar
esa constante invasión de mi intimidad que, en ocasiones, llegaba a impedirme respirar.
Hastiado, decidí acabar con esa
relación enfermiza que manteníamos, aunque sabía que no resultaría un cometido
sencillo; ella no desistiría con facilidad.
Fue ayer cuando, finalmente,
conseguí la fortaleza que ocultaba en mi
interior y me
enfrenté a ella. Aspiré
hondamente, la así con fuerza, la miré a los ojos por última vez y entonces…, la maté.
A
partir de ahora ya no la sufriré más. Se fue esa desconfianza desmedida e
irracional hacia todo cuanto me
rodea, esa que durante tanto tiempo, me ha impedido gozar una vida de
plenitud. La acabo de matar.
Exquisito microrrelato que juega a la ambigüedad para divertimento de quien lee. Nos lleva hacia un final que invita a la inferencia o la interpretación; lo que conecta de inmediato con el título: la decisión. Sí, el lector también tiene que decidir. ¡¡Bravo!!
ResponderEliminarLa desconfianza a veces nos invade, cuando eso ocurre lo mejor es matarla como tú has hecho.Magnifico, como todos los tuyos.
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