De aquella lejana y apacible tarde de verano, evoco, nostálgica, un
incidente anecdótico que paso a relatarles.
Camino sin prisa junto a mi madre, ambas descalzas sobre la húmeda arena,
dejando la huella de nuestros tenues pasos. La sugestiva y creciente pleamar
cubría perezosa la fina arena de la playa con su espumoso elemento.
Visualizamos, con deleite, el idílico paisaje del atardecer en su romántica
puesta de sol del que surgían, encubiertos, sus rayos indulgentes.
Al llegar a Playa Chica, advertimos que en una de las barcas de los
pescadores –entre los aparejos de faena- algo se movía. Sacudida por la
curiosidad, me aproximé para ver de qué se trataba; era un pequeño galápago
luchando por salir de las enmarañadas redes. Entre mi madre y yo pudimos
salvarlo de los revueltos hilos. La tortuga, al descubrir que quedaba libre,
torpemente salió al exterior; con premura extendí los brazos para cogerla entre
mis manos…y entonces, cayó al mar.
Lo anecdótico pasa a un segundo plano, cuando el lector entiende que lo verdaderamente importante de la historia es la evocación de una tarde compartida, del efluvio permanente que deja en nosotros instantes preciosos en compañía de los seres que amamos, efluvio que convierte en trascendente lo más trivial. Me ha gustado.
ResponderEliminarA pesar de la fantasía usada en el relato, el paseo junto a mi madre es cierto y lo evoco con cariño.
ResponderEliminarLos recuerdos sobre las madres, nunca se olvidan. Me gusta tu relato, posee mucho sentimiento. Mª Dolores.
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