Ramiro es un hombre curtido por los
años. Ahora, que se encuentra en la plácida vejez, dedica el tiempo al ocio. Ha
pasado la tarde de compras con su hijo. La jornada ha sido de mucho ajetreo, de
tienda en tienda, hasta quedar agotado. Sus piernas ya no rinden más. Como su
hijo ha ido a buscar el coche al aparcamiento, aprovecha para sentarse en un
banco de la calle donde se encuentra. Sólo y pensativo, la espera se le
presenta interminable, acudiendo a su envejecido cerebro, la duda de si volverá
o no volverá a por él. Tras la larga pausa, ¡por fin!, escucha el sonido de un
claxon que le saca de su letargo, para descubrir que es su vástago. Se levanta
con dificultad, arrastrando los pies. Abre la boca de punta a punta…y solo entonces,
comenzó a sonreír.
Otro microrrelato brillante. Me encanta lo que no se cuenta y sin embargo, está absolutamente presente en el relato. La sombra de la sospecha del abandono, el terrible sentimiento de indefensión del anciano que, por alguna razón que se escapa al lector, teme la deserción del hijo. Quien lee siente el terror del desamparo, sin necesidad de que estén presentes, ni demasiada adjetivación, ni melodrama, ni grandilocuencia. Muy bueno.
ResponderEliminarLa sonrisa de la felicidad. Muy buen relato, me ha parecido fantástico..
ResponderEliminarMuchas gracias por valorar mi relato. Yo también me siento satisfecha. Lo escribí con mucho empeño. MªDolores.
ResponderEliminarConmovedor escrito de una sensibilidad sublime, te felicito Dolores un abrazo Lilia.
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