No parecía real lo que
estaba viendo, nada más llegar a su
casa, después de recoger al hijo del colegio. Vio pasar un camión de
bomberos y al final de la calle, un par de coches de policías impedían el paso
a todos los vehículos y personas.
Llegaba un fuerte olor a
quemado, y a lo lejos, se podía ver una enorme columna de humo negro.
Se dio cuenta de que la
humareda venía de la zona donde estaba su hogar.
Echó a correr, pero un
guardia le cortó el paso.
–¡Es mi casa! ¿qué ha pasado? –exclamó ella-
–¡Señora, no puede pasar,
es peligroso y menos con un niño! –le aconsejó el policía-.
–¡Oh, Dios mío, ¡dejé la satén al fuego!.
Cómo explicarle al niño
que ya no había remedio; tendrían que abandonar su casa. Todos sus recuerdos
destruidos, por un descuido.
El pequeño lloraba desconsolado;
ya había perdido a su padre y ahora esta
desgracia, era difícil superar todo aquello pero…pronto llegaría el tiempo de
pasar página.
Este inicio, nudo y desenlace obligados de esta semana, nos han conducido hasta historias llenas de dramatismo; un ejemplo es esta tuya. Desolación es un buen título porque es lo que el lector siente al ponerse en la piel de estos protagonistas; menos mal que pronto pasarán página.
ResponderEliminarSiempre encuentro interesantes tus escritos, éste como los anteriores me ha encantado.
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