Mientras Adela disfrutaba del viaje en el tren
transiberiano, regalo de su padre por terminar sus estudios con brillantes
notas, leía un libro de suspense que hablaba de un misterioso hombre ataviado
con gabardina y sombrero negros.
Al oír abrir la puerta del vagón y levantar la mirada,
vio como entraba en ese momento un hombre de las mismas características que las
del protagonista de la historia que estaba leyendo. Al observarlo, tomó nota de lo atractivo y
elegante que era y de la mirada penetrante y al mismo tiempo dulce que tenía.
Él también la observaba sin disimulo. Cuando sus miradas se encontraron fue como un
latigazo en el corazón de Adela.
Siguieron el viaje, cada uno en su asiento pero, a medida que el tiempo
pasaba, más deprisa le latía el corazón a Adela. Le estaba gustando mucho el desconocido y
transcurrido un buen rato, ella ya no miraba el paisaje nevado de Siberia; sólo
tenía ojos para el desconocido.
Cuando él se sentó a su lado y le preguntó de dónde
era, ella le contestó con voz temblorosa:
-
Soy española y me llamo Adela. ¿Y usted?
-
Yo soy turco y me llamo Mohamed Al Asin
Fue tan ameno y agradable el viaje que los dos se
olvidaron de lo que ocurría a su alrededor.
Les parecía que se conocían de toda la vida.
Se enamoraron
locamente uno del otro. Él la llevó a
Turquía para que conociera a su familia.
De vuelta a España, se casaron y fueron muy felices. Adela y Mohamed vivieron su gran pasión
turca.
Con un hábil giro por tu parte, el relato de suspense, se convirtió en una historia de amor, dulce, con final feliz, con reminiscencias de esas antiguas novelas de amor que tanto nos gustan.
ResponderEliminarQue eres una romántica empedernida no lo pongo en duda. Me gusta tu habilidad literaria y leo con avidez lo que escribes.
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