Como mi
marido era natural de La Laguna, algunos domingos, su madre me invitaba a
almorzar en su casa y luego, por la tarde, solíamos pasear por la vega
lagunera.
Recuerdo en
especial, una celebración del día de San Diego.
Era la primera vez que yo asistía a esa fiesta y cuando vi el camino
verde que nos llevaba hasta la ermita, quedé admirada ante el color de la
hierba y de las flores sobre aquella llanura que parecía parte del paraíso y en
el centro del camino, mi novio y yo, cogidos de la mano. Es una visión que aún después de tanto años
puedo volver a vivir cuantas veces quiera con sólo cerrar los ojos.
A este paseo
le restaba romanticismo el estar rodeado de tantos estudiantes ya que, en esa
época, era costumbre que ellos fueran a visitar a San Diego para pedirle ayuda
en los exámenes. También muchas jóvenes
creían que contando los botones de la sotana que vestía el santo ese día, si no
se equivocaban al hacerlo dos veces, era porque ese año se casarían.
Actualmente,
la fiesta de San Diego se ha convertido en un día para hacer novillos y ha
perdido todo el encanto de entonces. Ya
nadie va a rezarle al santo y las jóvenes han perdido la curiosidad por saber
si se casarán o no, ya que con la preparación que la mujer tiene hoy en día,
puede optar por vivir de la manera que quiera y casarse ya no es, ni una
solución, ni una necesidad, ni un fin en sí mismo.
Yo no pienso
que este siglo sea mejor o peor que el anterior, sólo creo que son diferentes y
yo, me considero afortunada de poder opinar sobre los dos.
Efectivamente, eres afortunada, como aquellos que leemos tus relatos y conocemos a través de ellos, la historia del pasado del que procedemos. Un abrazo
ResponderEliminarMe parece bonito y romántico tu relato, sobre todo en la primera parte; el final muy realista. De todas formas siempre das a lo que escribes un tono poético que me encanta.
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