EL
REO de Angélica Camerino Parra
Algunas tardes, quizás para matar el tedio o, tal
vez, para no sentir tanto su ausencia, cerraba los ojos con mi taza de café en
la mano y podía revivir en mi memoria toda la escena: la luz entrando por la ventana como un manto
sedoso, nosotros sentados en la mesa raída y coja jugando al póker, entre cigarrillos y conversaciones
sobre las frugalidades de la cotidianidad…
Él me preguntaba sobre el mundo exterior y yo le respondía, sin mucho
entusiasmo, para que mis palabras no aumentaran el peso de los días de
presidio. Nunca me he preguntado cómo
percibe la vida un recluso, sin embargo,
se me antoja que muy triste y monótona.
Cuando lo vi por primera vez, se ganó mi simpatía
inmediata. Algún compañero me advirtió
que era un reo muy peligroso, con posible condena a muerte o, al menos, a
varias cadenas perpetuas. No hice mucho
caso a sus palabras. Primero, me limité
a observarlo: algunas veces estaba solo, leyendo algo de prensa o alguna
novela, no muy gorda; otras, lo descubría con la vista perdida en algún punto
fijo de su celda, o del patio, fumando un cigarrillo tras otro. Así fue hasta
una tarde de verano en la que lo vi sentado en una mesa, barajando unas cartas,
mientras en sus labios, un cigarrillo encendido amenazaba con caerse. Me acerqué y me ofrecí jugar a las cartas con
él. Aceptó. A partir de ese momento,
aquello se convirtió en una rutina para nosotros.
Un día de primavera, escapó. Me enteré al llegar a mi turno del
mediodía. Finalmente, había sido
condenado a un par de cadenas perpetuas.
Enseguida concluí que, sin duda, aquello lo había apabullado hasta tal
punto de motivar su huída. A ello ayudó
que esta no es una prisión de excesiva seguridad, debo admitirlo. No supe más de él y, de verdad, por un tiempo
me hizo mucha falta su compañía por las tardes.
Él me ayudaba a llevar, con menos sopor, mis tardes al cuidado de
delincuentes sosos. Nunca lo
encontraron. Jamás dieron con su
paradero.
Ahora me encuentro aquí; jubilado, ocioso, escribiendo
unas memorias algo insulsas sobre mi experiencia como guardia penitenciario,
para matar un poco la modorra de tanto tiempo libre. Suena el timbre de la puerta de mi casa. Mi hija dijo que vendría a visitarme: debe
ser ella. Abro la puerta. ¡Sorpresa!.
Su nuevo marido, su tercer matrimonio.
El reo.
El jurado valoró la buena estructura y el tono narrativo de este escrito. Cada pequeño detalle va encajando en la historia, justificando así su presencia, como ha de hacerse en todos los buenos relatos. Buen uso del lenguaje y gran cuidado en la estructura formal, lo que permite una lectura fluida de lo que se nos está contando. Logrado manejo de los tiempos narrativos. Bien cerrado, el relato nos brinda una sorpresa final. Felicidades a la ganadora de este merecido segundo premio y, de mi parte, un abrazo.
ResponderEliminarEL PREMIO LO TIENES MÁS QUE MERECIDO. ES UN RELATO MAGNIFICO, QUE ATRAPA AL LECTOR HASTA EL FINAL, CON LA SORPRESA DE -TU YERNO- ¡FABULOSO!
ResponderEliminarFelicidades por el relato que realizaste. La atmósfera que recreas hizo que me metiera en la historia y sobre todo reflexionar. Al igual que al narrador de la historia pensé: Nunca me he preguntado cómo percibe la vida un recluso, sin embargo, se me antoja que muy triste y monótona.
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