miércoles, 21 de noviembre de 2012

VIVIR PARA VER de Lucía Hernández




A pesar de que han pasado los años, sigo conservando el recuerdo de esta historia. 
Había un joven que, desde temprana edad, tenía su novia.  Ella era una joven muy guapa y poseía una gran capacidad para enfrentarse a la vida.  Pasaron varios años viviendo aquel noviazgo pero, un día, una mala vieja de su misma familia, le dijo al joven que si se casaba con una chica que ella le recomendaba, le dejaba su herencia.  Él, como era un egoísta de mucho cuidado, aceptó y durante un tiempo, posa aquí, posa allá, mantuvo engañadas a las dos. Cuando la dichosa vieja se fue de este mundo y él aseguro su herencia, hizo como la calandria: voló, voló y voló. 
Del egoísmo de este señor ya se veían maneras desde pequeño.  En su pueblo, había una señora que, durante las vacaciones, se dedicaba a dar clase a algunos niños.  Ella tenía en su habitación una gran colección de figuras de santos y, un día, se le ocurrió preguntar a los niños que cuál era el santito que más les gustaba.  Cada uno eligió el que le pareció, pero el protagonista de esta historia, miró hacia una esquina donde había unos sacos de trigo y  señalando para ellos, le dijo:
-¡A mí el santo que más me gusta es aquel!
Espero que, allá donde esté ahora, no sea tan egoísta y si está en el infierno que se reúna con Cantinflas que decía que quería ir allí porque había bailes y en el cielo, no hacen más que rezar.



2 comentarios:

  1. Lucía, tienes un arsenal de historias por contar y yo disfruto de cada una de ellas. Te animo a seguir compartiendo con nosotras los relatos de tus anécdotas, vivencias y memorias. Un abrazo.

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  2. SIEMPRE ME GUSTAN TUS RELATOS. SE NOTA QUE AL ESCRIBIRLOS LOS VIVES Y, ESO ES FANTÁSTICO.

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