Los míos, muy cierto que eran ¡magos!, magos del sur de
Tenerife. Yo, como era pobre, solo tenía
dos: un Rey y una Reina. Estos míos no
perdían las mañas. No me faltaba la
pepona, la gordiflona colorada y calva.
La Reina le hacía un vestido de la casa de la pradera, porque el que
traía era un tela sin forma trabada con una puncha. También me traían algunos cacharritos y una
cocina de madera, ¡ah! … y mis zapatos de charol que tenían que durar hasta el día
del Carmen. Todo esto llegaba con olor a
nuevo. Yo besuqueaba la muñeca que olía
a barniz y esos aromas aún los tengo pegados a mis fosas nasales para convertir
estos recuerdos en inolvidables.
¿Y ahora qué?. Los
Reyes traen todo de China y ese gordinflón vestido de rojo que se ha colado, el
Papá Noel con sus maquinitas impersonales y sin color. Los míos sí que eran Magos de verdad: … ¡mágicos!.
Aquellos Reyes Magos si que lograban lo imposible. De alguna manera se las arreglaban para mantener viva nuestra ilusión. Me ha encantado leerte, como siempre.
ResponderEliminar¡Eres inmejorable!,no sabes cuanto me gusta oírte leer tus relatos, me da la impresión que vives el momento de nuevo; por como lo cuentas puedo imaginarlo.
ResponderEliminarMe encanta lo que escribes, y esa chispa cómica tras la que escondes tus verdaderos sentimientos, los que no quieres compartir. Feliz Nochebuena.
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