Lunes de Carnaval del año cincuenta y nueve. Cuatro máscaras rebeldes, porque ese año el
carnaval había sido prohibido por Franco, andaban por las calles de Santa Cruz.
Caía una tormenta de las de antes, con agua, truenos y
relámpagos. Mi amiga y yo, paseábamos
por la Rambla Pulido, cuando nos tropezamos con el cartero de la zona, con la
cabeza cubierta por el forro de una máquina de escribir. Nos dio tal risa que nos quedamos paradas
frente al molino de gofio que había por allí en aquel entonces.
Caladas de agua hasta los huesos y ajenas a la tormenta
estábamos, cuando de pronto, nos topamos de frente con un chico que me miró con
asombro, como si le pareciera mentira lo que estaba viendo. Fue una rápida mirada pues el agua no nos
dejaba ver mucho, pero de una intensidad suficiente para que yo le dijera a mi
amiga:
-Este para mí pa´siempre.
La mirada fue rápida, sí, pero nos duró cincuenta y un años.
Un lunes de Carnaval inolvidable, desde luego, lleno de anécdotas graciosas, divertidas y… profundas, duraderas; de esas que se quedan en la mente y en la piel para siempre, no importa lo que pase. Precioso, Elvira.
ResponderEliminarQue suerte aquella mirada.....gracias a ello estoy yo aquí!!!!muy bonito relato.
ResponderEliminarProfundo y emocionado relato del carnaval de antaño, con mirada incluía. Dicen que cada fiesta trae algo bueno, a ti te tocó lo mejor.
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