Corría el mes de
agosto. Nos habían invitado, a mi
familia y a mí, a pasar un fin de semana en la casa en que veraneaba una
compañera de trabajo.
Llegamos por la mañana,
dispuestos a disfrutar de unas mini vacaciones. Todo se presentaba estupendo:
el tiempo, la compañía, la piscina, donde los más pequeños se lo pasaban pipa. Mientras los maridos se fueron al muellito de pesca, las mujeres nos quedamos
en la casa para preparar la comida. Estábamos
en ello cuando llegó Pedro, otro
compañero invitado. Empezaron las bromas
y, en un determinado momento, fui a la terraza a buscar algo que no recuerdo. Entonces,
a través de la ventana que daba a otro cuarto, contemplé a Pedro y a la
anfitriona de la casa en una situación “un poco comprometida“. Pedro, al verme,
se asustó, pero no tanto como yo, que me quedé pegada en la terraza, sin
moverme. A causa de este incidente, Pedro estuvo sin hablarme durante varios
años.
Y yo me preguntaba, ¿qué
culpa tenía yo?. Si él hubiera sido más discreto, nos hubiera evitado el
disgusto o, lo que es peor, la separación poco más tarde de la anfitriona, “amiga” de
Pedro.
No sé si fueron esas unas buenas vacaciones, interesantes sí, definitivamente. Una anécdota de este calibre, tenías que contarla. Muy bien, Elvira.
ResponderEliminarUna vivencia difícil de olvidar y nada agradable para ninguno. Tenía que pasar y, te tocó a ti descubrir el pastel que en algún momento tenía que salir a la luz.
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