Soñó con ser escritor y se quedó a las puertas de una
editorial, aunque como portero, claro.
Eso no le impidió seguir con sus
aficiones. Un atardecer de verano, estando en una playa paradisíaca, sin darse
cuenta, se fue metiendo en el paisaje y se le antojó que el mar era como una
inmensa esmeralda, las gaviotas de cristal, los granos de arena –con los
matices de colores del atardecer– parecían diamantes y las palmeras, soldados
de terracota que custodiaban aquel paraíso. De repente, reflexionó y se dijo:
si mi pasión es ser escritor ¿por qué no volver a intentarlo y algún día ser
escritor?. Sí, la ilusión y la pasión no se deben perder nunca…
Ojalá las mantuviéramos intactas siempre, Carmen. La pasión y la ilusión son motores que nos hacen mirar siempre hacia adelante. ¡Qué razón tiene tu relato!
ResponderEliminarTu relato, tan apasionado como todos los que escribes, me ha encantado.
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