Me llamo
Carlos, tengo trece años y voy al colegio público. Estoy en segundo de la ESO. Mis padres están orgullosos de mí; siempre
presumen de tener un hijo responsable y estudioso, dicen que soy un niño
modelo.
Soy un poco
reservado, por eso me cuesta hacer amigos, pero casi siempre hay compañeros que
te hacen cambiar.
En este curso,
llegó un nuevo estudiante que rápidamente hizo amistad con todos y, sobre todo,
conmigo. Es muy simpático y
espabilado. Cuando terminan las clases,
me espera para salir juntos. Con él, me
siento a gusto y me lo paso bien, tanto que mis padres se han dado cuenta de mi
cambio.
Hace unas
semanas, en la hora del recreo, cuando fui al baño, encontré al chico nuevo
fumando. Me quedé que no sabía qué hacer. Quise salir, pero él me dijo que me quedara, que no pasaba nada, pero no
se lo contara a nadie. Me ofreció un
cigarrillo y, horrorizado, le contesté que ¡no!.
Me estuvo
insistiendo en que fumara muchas veces, en el baño, en el patio, diciéndome que
no lo notarían. Siempre le había dicho
que no, hasta que una mañana acepté. La
experiencia resultó malísima y me bastó para saber que nunca más lo volveré a
probar.
Mala experiencia que dio como resultado una buena lección. Ojalá ocurriera así siempre, ¿verdad?
ResponderEliminarEsto ocurre cada día; lo bueno sería que a todos les ocurriera lo mismo que al niño del cuento.
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