Desde siempre
me han llamado “la flaca”; lo tengo tan asumido que, si no lo hacen, me parece
raro. Según me han contado, nací con menos de dos kilos de peso, por lo que fui
una niña enclenque y melindrosa. Refiriéndose a mí, solían preguntar: ¿cómo
está la flaca?. De ahí nació el mote.
Desarrollé,
como pude. De adulta, llegué al metro y medio de estatura y treinta y cinco
quilos de peso. Por mucho que intenté engordar algo, no lo conseguí. Muchas
personas pensaban que padecía anorexia.
A los veinte
años, oposité para obtener una plaza en la administración y tuve la suerte de
lograrlo. Me enviaron a otra isla, de lo cual me alegré, pues tenía deseos de
independizarme. Allí, conocí a un compañero de trabajo muy simpático, guapo,
alto, moreno, en fin, todo un buen mozo. Simpatizamos enseguida, pronto nos
hicimos novios y nos pusimos a vivir juntos. Nos adorábamos, vivíamos el uno
para el otro, pero..., siempre me estaba diciendo: “no tienes más que huesos,
en lugar de flaca, quiero llamarte gordi”. Empecé a comer, a pesar de no tener
apetito y, poquito a poco, fui subiendo de peso, hasta alcanzar los cincuenta
kilos. Mi chico estaba encantado, yo también, por él. Pasado un tiempo, mi apetito
despertó y no paraba de zampar todo lo que se me ponía por delante. La báscula
me indicaba que parara; iba ya por sesenta y cinco kilitos, mi pequeña estatura
comenzó a deformarse con chichas por todas partes. A raíz de esto, mi pareja
comenzó a añorar su tierra y pidió traslado para la península –de donde es
natural-. Un día se marchó a ocupar su plaza y, desde entonces, no he vuelto a
saber nada de él. Mi ansiedad por comer no ha parado, los kilos se han adueñado
de mi cuerpo, peso noventa. Parezco salida de un cuadro de Botero. Les aseguro
que el ejemplo es el más apropiado, sin dramatizar, ni nada por el estilo.
Pensar que el
trastorno que ha sufrido mi organismo ha sido por amor, por complacer el
capricho de un novio, ¡me indigno conmigo misma y mi falta de personalidad!.
Por ese individuo, que ni tan siquiera tuvo la decencia de decirme adiós.
Me encuentro
en lista de espera, para que me hagan una operación de reducción de estómago.
Espero haber aprendido la lección y que sirva de ejemplo a otras enamoradas.
¡Qué buena historia!. Por un mal entendido amor por otros, nos olvidamos muchas veces del amor más importante, el amor por nosotros mismos. De eso me habla, y muy bien, tu relato. Soy de la creencia de que, cuanto más cómodos estemos en nuestra propia piel, más y mejor nos querrán.
ResponderEliminarTienes toda la razón, ante todo debemos querernos a nosotros mismos.
ResponderEliminarNo comprendo que la mujer siempre tiene que complacer al hombre. Mª Dolores.
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