Este es un
refrán que he oído toda mi vida. En cierto momento, yo estaba en mi casa
pensando que debía regar unas matas que tenía plantadas, pero al final decidí
dejarlo para el día siguiente.
Por la mañana,
nada más levantarme, cogí la regadera y qué extrañada quedé cuando vi que era
una cabeza de pollo que me miraba. A mí me dio pena el animalito, ya que de sus
ojos salían lágrimas, me fijé mejor y observé que tenía un cuello largo…largo
no, ¡muy largo!. Allí había más de diez metros de cuello de pollo. Me lavé la
cara y volví a mirar; me había equivocado.
Había cogido la manguera en vez de la regadera. Y todo eso ocurrió por no haber hecho caso a
nuestro refranero que es tan sabio.
Simpático relato, Lucía. Muy gráfico y divertido
ResponderEliminarEs el relato más simpático de los que has escrito. Este cambio te va muy bien. Felicidades.
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