Era una niña pequeña,
sensible, frágil. Vivía en el campo con su familia.
Un día, mi padre nos
pidió a mí y a mi hermana que fuéramos a visitar a un pariente enfermo. Por el
camino, tuvimos que cruzar el monte, y cuando llegamos todavía era de día. Todo iba bien hasta que llegó la noche. En aquella casa empezaron a oírse unos ruidos
extraños.
A la mañana siguiente,
el pariente que nos atendía, al que fuimos a visitar, nos contó que unos años
antes, allí había muerto una persona ahorcada.
Y como les cuento
esto, también les confieso que mi hermana y yo no dormimos la noche siguiente,
pensando en el ahorcado. El recuerdo de
aquella casa vieja, aún me aterroriza.
Los miedos infantiles son difíciles de olvidar porque casi siempre dejan huellas imborrables; ¡somos tan vulnerables cuando somos niños!
ResponderEliminarNo pienses más en esa casa. La vida es bella y debemos disfrutarla al máximo. Un abrazo.
ResponderEliminarLos misterios de las casas son muy interesantes, pero no hay que amargarse por ello. MªDolores.
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