martes, 20 de mayo de 2014

A PUERTA CERRADA de Mary Rancel





Seña Clara, cada vez que su marido enjilaba más vino del recomendado recibía…..¡una buena cuerada! Que la dejaba engoruñada un buen rato –esto solo se sabía de puertas adentro- ella aguantaba sin quejarse.
-Es lo que me ha tocado y tengo que soportarlo. En el fondo no es malo, solo hay que llevarle la corriente cuando entra en casa con la “pata izquierda”, se decía resignada.
El hijo mayor del matrimonio, hacía tiempo que increpaba a su padre por lo que sucedía en la casa a consecuencia de las borracheras; le advirtió, que de continuar con sus malos hábitos, tomaría una determinación. El padre siempre repetía lo  mismo:
 -“Hijo te aseguro que no volverá a suceder”-.
Pero…, seguía ocurriendo, cada vez con más frecuencia.
Cierto día Cho Pepe, -el esposo de Seña Clara-, llegó de la cantina con una fuerte jumera, estaba…¡más enfolinado que nunca!, no paraba de moverse, dar golpes, enfondar las sillas y romper todo lo que encontraba a su paso y..., por supuesto, dio una violenta tranquina a su esposa e insultó a sus hijos.
Al siguiente día del hecho mencionado, el hijo primogénito, armándose de valor, quiso dar por zanjadas las relaciones con su padre y, sensato, en tono grave, se lo comunicó a su progenitor diciéndole:
-Señor, con respeto le digo, que toda persona debe darse a respetar para ser respetado; usted se ha saltado las normas y desaprovechado las oportunidades que le hemos dado para rectificar. En vista de lo ocurrido anoche, le invito a que deje la casa, o si prefiere, nos vamos  nosotros. ¡Me avergüenza tenerle como padre!.
El hombre escuchó sumiso y expresó achicado:
-Soy yo quien debe dejar el hogar, así se acabarán los problemas. Disculpa hijo, no tengo voluntad para dejar de beber, el vino puede conmigo; me voy a vivir a la casa de mi madre.
El muchacho hizo un hatillo con las pertenencias de su padre y se las entregó exponiéndole:
-Si usted cambia algún día, estamos todos de acuerdo en que tiene la puerta abierta, de lo contrario, la puerta estará cerrada y….¡olvídese de nuestra existencia!.
El patriarca cogió el matul, lo cargó sobre el hombro y, con la cabeza gacha, sumiso y sin volver la vista atrás marchó a su nuevo destino.
Al cabo de unos años, Cho Pepe falleció a causa de una cirrosis, asistido por su buena esposa durante toda la enfermedad.




3 comentarios:

  1. De corte y tono costumbrista, has hilvanado magníficamente esta historia de ayer, que puede ser de hoy, entretejida con ese vocabulario canario, tan lleno de matices.

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  2. De otra forma, siguen sucediendo casos como el narrado y otros aún peores. Esperemos que estas cosas vayan dejándose atrás e impere el sentido común.

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  3. No hay perdon para tal hecho

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