Nuestra memoria suele
llevarnos, en un instante, a un viaje por el recuerdo.
Repentinamente, un
aroma, un sabor, nos transporta a un instante preciso, a un lugar especial,
casi sin darnos cuenta.
Uno de esos momentos,
que marcaron mi infancia, fueron las
horas de las meriendas. Aún hoy sigo sin poder explicar el porqué.
Quizá sería porque era
el momento en el que mis abuelos –con los que me crié- dedicaban todo su tiempo sólo para mí, ya que
el resto del día tenían que dedicárselo a trabajar y ocuparse de la casa y de mis tíos, -ellos mayores que
yo-.
Caigo en cuenta de que
eran unas meriendas muy sencillas, pero a mí me parecían un
manjar; un simple vaso de leche acompañando unas rebanadas de pan untadas de
margarina con azúcar, o, una hogaza de paz recién hecho, con una onza de
chocolate dentro era un verdadero festín. Aun hoy, en ocasiones, sigo
disfrutándolos pues, a pesar del tiempo, no he podido renunciar a ellos.
Eran mis horas del día
preferidas –mis horas felices- y las esperaba con impaciencia mientras, después
de salir del colegio, jugaba en la calle con otros niños. En la actualidad, a
pesar de haber pasado tanto tiempo, las recuerdo como si hubieran sido ayer.
Posiblemente por eso,
procuré que las meriendas de mis hijos poseyeran esa magia, para que, ellos
también, pudieran guardar los hermosos recuerdos de esas horas y que así, al
igual que a mí, los acompañen toda la vida.
¡Espero haberlo
conseguido!.
Seguro que sí lo has logrado porque, si has sabido trasladar la magia de esas horas felices al papel de esta manera, ¿cómo no haberlo hecho fabricando para tus hijos tan bellos recuerdos?
ResponderEliminarNostalgia de esas meriendas me da tu acertada y sabia narración.
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