Desde pequeña
me ha gustado el cine. Mis padres nos
llevaban a mi hermana y a mí para que disfrutáramos del cinematógrafo, pero las
películas tenían que ser autorizadas para menores, ya que así lo exigía la
censura de aquellos años. Los actores
resultaban atractivos y, justamente por ese motivo, nos gustaban a las niñas,
mas el amor platónico, el que a mí me enamoraba era John Wayne. Interpretando a un vaquero, con su sombrero y
las botas camperas, subido a la grupa del caballo, persiguiendo a los cuatreros,
así como a los indios apaches, con ese aire de defensor de las causas
perdidas. Yo, incrédula, soñaba que sus
fuertes brazos me protegían de todo y de todos.
En fin, cosas de cría.
Hoy en día,
sigo yendo al cine, aunque asisto con otra mentalidad. Claro que, si el protagonista merece la pena
¿por qué no me va a hacer soñar?. Los
años no están reñidos con las ilusiones y una tarde de cine, de vez en cuando,
es muy gratificante.
Aunque me gustó tu relato, me quedo especialmente con el párrafo final. No puedo estar más de acuerdo. La fantasía es tan libre como generosa y nos regala vuelos maravillosos, no importa la edad que se tenga, claro que sí.
ResponderEliminarSi no fuera por los sueños ¿que haríamos?.Soñar es lo más bonito y no cuesta nada. Sigue soñando, es muy gratificante.
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