Conocí a
María una tarde de otoño, en la puerta del centro donde las dos empezábamos un
curso de psicología. Era delgada, de tez
blanca y pelo rubio. Su mirada parecía
que escudriñaba el alma, cuando se interesaba por algo o por alguien.
Durante quince
días, y en los ratos libres, aprendí por medio de la palabra, su fuerza, su
ternura a la hora de defender al más débil.
Su amistad dejó huella en mí, creándome la adicción por la lectura. Compartimos libros que ella me prestaba y yo
leía con avidez.
A través de
la lectura, se abrió ante mis ojos un mundo de libertad de pensamiento al que
yo, luego, acudía como una necesidad; la necesidad de conocer y, al mismo
tiempo, saborear ese conocimiento.
Bello relato, preciosa historia, maravilloso encuentro con una María que abrió ante ti la posibilidad de crecer y volar, leyendo…
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar