En mis
tiempos de juventud, la distracción más a la mano que teníamos, era el
cine. Había domingos en que iba a dos
funciones; a la primera con mi novio, a las seis de la tarde y la otra en la
noche con mi madre, a quien le gustaba mucho el cine, también.
El actor que
más me ilusionó en los años cincuenta fue Gregory Peck en la película El valle
del destino con Greer Garson y la
última, que también estaba muy bien, Gringo Viejo. Ya estaba más viejo, sí, pero igual de
interesante.
En el cine he
vivido muchas anécdotas, pero recuerdo una que me pasó en el teatro
Baudet. Un día, entramos al cine con las
luces apagadas, ya empezada la función.
Buscando sitio, como pudimos, un chico que iba detrás de mí, me puso la
mano en el pecho. Yo di un respingo tal
que mi novio me preguntó que me pasaba.
Yo, para evitar problemas, le dije que nada, que había tropezado,
aunque, ahora que lo pienso, ¡aquel fresco se merecía un buen escarmiento!.
Un bonito paseo por lo que ha significado el cine en tu vida y los recuerdos atados a él. Muy bien, Teresa.
ResponderEliminarNo has dejado ese tono de humor tan característico que me encanta.
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