La primera
vez que fui al cine, también fue la primera vez que salí con amigas. Tenía doce o trece años. Inauguraban un cine maravilloso para aquella
época y aún hoy lo sigue siendo, si lo comparamos con las pequeñas salas,
totalmente funcionales, que ahora llamamos Multicines.
Ese domingo,
el Cine Víctor, eligió para su apertura, un estreno fantástico: Los Cuentos de
Hoffman. Se puede imaginar lo que
significó para mí aquella tarde. No me importó
que se tratara de un musical, cantado en inglés y que yo no entendiera nada, ya
que estaba sentada tan lejos de la pantalla que no podía leer los subtítulos
que, para mi gusto, pasaban muy deprisa.
Regresamos a
casa a las seis y treinta, ya que por supuesto, fuimos a la primera función que
empezaba a las cuatro y era importante llegar pronto para que nuestras madres
se quedaran contentas y, de ese modo, nos dejaran volver a salir solas.
Mi madre
estaba esperando en la puerta. Me abracé
a ella y le dije que había sido la mejor tarde de mi vida y que nunca la
olvidaría y… así ha sido. No la he
olvidado, como tampoco he podido olvidar la sonrisa de satisfacción y, al mismo
tiempo, de tranquilidad que mi madre reflejaba en su cara, al verme tan feliz.
Tu relato no solo nos habla de cine o de anécdotas relacionadas con él, sino que nos cuenta detalles de la vida de aquella época, costumbres y maneras de actuar distintas, que es maravilloso recordar para algunos, o conocer, para otros. La fluidez narrativa que te caracteriza hace que el lector conecte fácilmente con la emoción; yo lo hice con la cara de satisfacción de esa madre viendo la felicidad en los ojos de la hija, ¡y cómo!
ResponderEliminarEs precioso lo que nos cuentas a través de tus relatos. Esas vivencias de la niñez no tiene precio. Me ha encantado tu narración, tan tierna y llena de humanidad.
ResponderEliminarMe gusta mucho como narras esa pequeña conquista de libertad y el miedo de nuestros padres al vernos empezar querer volar solos..Con pocas palabras dibujas una realidad común a toodos.
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