Caminaba por
la gran avenida que daba al parque de siempre, pero este día se le hacía
angosto y cuesta arriba.
Compró la
prensa, que colocó bajo su brazo, para dar un paseo por el parque, ese que tan
bellos recuerdos le traía. Con cada paso
que iba dando, las emociones se iban despertando. Cada aroma, cada rincón, cada mirada, le
recordaba sólo a ella.
Al pasar por
la fuente, se sentó frente al reloj de flores que a tanto agradaba a Ana. Las risas de los niños correteando, las
parejas paseando y la algarabía de la gente hizo que una lágrima se escapara y
corriera por su cara, marcada por el sufrimiento.
Hacía ya una
década que ella no estaba y aún no había podido llenar el hueco que dejó en su
alma, tras su partida. Con ella se
fueron, no sólo los buenos tiempos y el amor de su vida, sino todo lo que no
pudieron tener, como esos hijos que tanto anhelaron y ya no podrían tener.
Como cada 10
de abril, al pasar por el puesto de flores, compra un ramo de rosas rojas para
Ana, esas que a ella tanto le gustaban.
¡Qué bien dibujado el dolor de la soledad y las grandes ausencias!
ResponderEliminarMuy significativa debió ser esa ausencia que no se borra en el recuerdo a través del tiempo.
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