Existen ocasiones en las que un paraguas se echa en
falta. Esto me ocurrió a la edad de
catorce años. Era una tarde apacible y
había baile en mi pueblo. No se
presagiaba para nada la aparición de la lluvia.
El baile se celebró en el Convento, como de costumbre; en un
amplio patio cuadrado con el escenario al fondo. Se accedía al mismo por dos escaleras de
cemento, ubicada a ambos lados. El
contorno del recinto estaba cubierto por el claustro, de unos dos metros de
ancho. El resto quedaba al descubierto.
Bajo la parte techada se ubicaba la cantina y unas mesitas para los
clientes.
La lluvia apareció sin previo aviso y con una fuerza
enorme. Todas las personas presentes
quisimos guarecernos bajo el soportal, pero no cabíamos. Los más avispados se colocaron en las
escaleras del escenario y el resto, entre los que estaba yo, quedamos a la
intemperie, empapándonos hasta los huesos. La orquesta siguió tocando como si
tal cosa, ¡claro!, estaban bajo techo sequitos.
En esa tesitura, ¿qué íbamos a hacer los mojados?, pues
ponernos las pilas y bailar sin parar.
¡De empapados al río!. Algunas
personas fueron a sus casas a cambiarse de ropa y buscar paraguas y, con ellos
abiertos, bailaron como trompos, molestando a los demás. La verdad es que yo eché mucho de menos a mi
paraguas. Era a rayas horizontales, de
diversos colores y me lo había regalado mi abuela hacía bastante tiempo. A pesar de que mi casa quedaba cerca, no me
atreví a ir a buscarlo. Sabía que mi
madre no me dejaría regresar al baile.
Ella pensaba que yo estaba en el cine con mis amigas, así que me quedé
hasta que finalizó el bailoteo, empapada de arriba abajo pero sin dejar de
bailar ni una pieza.
La lluvia fue torrencial aunque duró poco tiempo. Resultó muy emocionante la experiencia de
bailar bajo la lluvia. Hubiera sido
diferente con mi querido paraguas guareciéndome pero no se dio la
circunstancia.
Ni mis amigas ni yo cogimos resfriado ni nada que se le
pareciera.
Bonita anécdota que parece nacida de la propia vivencia, aunque no nos consta. En todo caso, genial historia para el título prestado e impuesto de aquello de… bailar bajo la lluvia.
ResponderEliminarEl relato tiene algo de real y mucho de ficción. Lo cierto es que me divertí mucho al escribirlo.
ResponderEliminar