Era un pueblo pequeño que, con la
emigración, quedó vacío.
A alguien se le ocurrió,
entonces, ofrecer las casas medio derruidas a mujeres maltratadas y con hijos
pequeños. De a poco fueron llegando
familias, así hasta quince.
Eran casas a medio arreglar que
ellas mismas terminaban de acomodar.
Tenían además, derecho a un pequeño huerto donde cultivaban sus verduras
y hasta criar algún animal para ayudar a la alimentación de sus hijos. Con estas facilidades, las mujeres salían
adelante haciendo trabajos temporales y, con mucho esfuerzo, llegaban incluso a
dar carrera a sus hijos.
Una de estas mujeres destacó
bastante, pues su hijo sacó la carrera de Económicas y está trabajando en
Bruselas. Eso fue un acontecimiento en
el pueblo, que hoy en día se ha convertido en un pueblo preocupado por la
cultura, donde todos han arrimado el hombro para dar estudios a los niños, y
donde juntos han salido adelante.
Querido lector, tengo que
confesarles algo. No sé si esta historia
es real o no. Les dejo con la duda, pero
siempre tenemos la opción de usar la imaginación, que al fin y al cabo, es lo
único libre que tenemos. Vuela hasta
este pueblo y pon tu mismo fin a la historia.
Me ha encantado el juego al que nos invitas, Elvira. Juguemos, imaginemos, construyamos la utopía y hagamos realidad lo irrealizable, ¿por qué no?
ResponderEliminarEse final abierto invita a la meditación, o a la audacia, de poner nombre a se pueblo que se preocupa por la educación. Así deberían ser todos.
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