Era una
reunión como cualquier otra, sin nada especial ni trascendente que la
diferenciara de otras.
La gente fue
llegando a cuenta gotas ya que el día estaba lluvioso y ventoso, no muy propio
para salir de casa, pero aun así, allí estábamos.
El presidente
de la comunidad fue leyendo los puntos principales que se iban a tocar en la
reunión. Una vez acabó, empezamos sin demora.
Las zonas
comunes y su mantenimiento, fue el primer tema a debate. Estaban en mal estado
y nos afectaba a todos, ya que quitaba valor a nuestra propiedad.
Como siempre,
se empezó hablando y se terminó discutiendo: unos echaban la culpa a los otros,
otros no querían derramas, otros no les parecía normal y pasaban del tema y yo
me sentía fatal.
No estaba nada
a gusto en el lugar; fui porque era mi obligación, pero en el fondo, sabía cómo
acabaría y me juré nunca más volver. Me quería ir y no podía, todos estaban
alterados y yo con un fuerte dolor de cabeza. Aproveché el momento en que
fuimos a ver el mal estado de los buzones para hacerme invisible. Me quedé
rezagada del resto, quieta, y en el
momento propicio, me evaporé.
Es un don que
tengo desde pequeña y abuso de él en muy pocas ocasiones, ya que no quiero ser
descubierta.
Me ha gustado mucho este relato porque, instalado en la realidad pura y dura de la reunión de una comunidad de edificio, llevas hábilmente al lector, sin que nos demos cuenta de ello, hasta un final asentado en la fantasía, como si ésta formara parte de la realidad. Esto es un cuento fantástico, literal y figuradamente hablando.
ResponderEliminarTener un don el quiera que sea y saber utilizarlo en el momento oportuno es otro don, creo que tú los tienes los dos.
ResponderEliminarFantástico este cuento, al igual que todo lo que escribes. Siempre me sorprendes agradablemente.
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