En estos momentos que,
por los avatares de la vida, me ha tocado organizar muchas excursiones; ¡cómo
me acuerdo de las de mi infancia!, cuanto las valoro; quizás por su pequeñez y
sencillez; ¡qué grandes eran para mí!.
Recuerdo los domingos,
cuando al terminar de almorzar, mi madre preparaba unos bocadillos, algo de
fruta y un par de botellas de la casera y nos decía, nos vamos de excursión a
La Laguna, al Camino Largo, y nos íbamos los cuatro con nuestros bolsos,
dispuestos a respirar aire puro y a saborear una merienda cena.
La mitad el tiempo lo
perdíamos en las guaguas y llegábamos a casa de noche, cansados pero dichosos,
por haber disfrutado de una tarde de excursión.
Qué poco se necesitaba
entonces para ser felices, qué distinto a ahora: lo primero, hay que tener un
buen sitio en la guagua y mejor en la parte de la ventana, una buena comida, un
poco de baile y cómo no, ir siempre a sitios diferentes, sin repetir, y si
falla alguno de estos atributos, ya no disfrutamos del día.
Y lo peor es que, con
nuestra actitud, contribuimos a que los demás tampoco disfruten y desmotivamos
a las personas que han puesto su ilusión y sus energías en preparar un día de
excursión.
Me ha gustado tu relato y su doble lectura. Enfrentar dos posiciones ante la vida: la de disfrutar, con ilusión de niños, la grandeza de las pequeñas cosas, ante la actitud pasiva y negativa en la que algunas personas nos posicionamos a veces. Tu escrito retrata las luces y las sombras que habitan, en mayor o menor medida, en todos.
ResponderEliminarLa vida nos depara tantas cosas desiguales... no te falta razón, a veces nuestra actitud no es la más adecuada,. Este escrito invita a la reflexión.
ResponderEliminarNo te desanimes , ya que no se puede contentar a todas. Yo te doy las gracias por tu empeño en que toda salga bien.
ResponderEliminar!Adelánte!. Mª Dolores.