Cecilia conducía el
todoterreno que le regalaron sus padres al finalizar la carrera de pintura y
escultura, con matrícula. Se sacrificó mucho, ese era el único camino para conseguir
algo.
Ahora estaba en la
carretera, buscando paisajes originales, rastreando todos los rincones que
encontraba a su paso. En ese recorrido, encontró un pueblecito pequeño, de
casas blancas rodeadas de jardines, le gustó el ambiente, echó un vistazo
alrededor, buscaba un bar o restaurante para comer algo porque había estado conduciendo
durante muchas horas y estaba hambrienta.
Preguntó a un grupo de
niños que estaban jugando.
Cecilia se dirigió
donde le indicaron los niños. Entró; era el típico restaurante típico,
acogedor.
Cuando le estaban
sirviendo un plato muy sabroso; consultó a la camarera si por las cercanías
había algún paisaje característico:
-¡Sí! ¡hay un lugar único en las afueras, es poco
conocido, sólo por los lugareños! –le dijo- no se puede ir en coche, únicamente
andando, el camino es peligroso, pero ¡vale la pena!.
Ella se dirigió al
único camino que la llevaba al lugar indicado, se quedó sin habla, era lo que
estaba buscando. Eran unos grandes acantilados, por ellos caía una cascada de
frías y cristalinas aguas, formando un pequeño lago. Estaba en estado puro
-¡Espero poder captar
todos los detalles de lo que estoy contemplando! –se dijo- pero antes me daré un baño en este precioso
lago pero, ¡no traje bañador!. Bueno, no importa, me bañaré desnuda, este lugar
está desierto y si me ven, no se van a asustar, ¡tal vez les alegre el día!.
Claro que sí, el único camino es ser fiel a uno misma, como la valiente Cecilia. ¡Qué difícil resulta a veces!
ResponderEliminarEl paisaje era ideal para ser fotografiado y para cualquier otra cosa.
ResponderEliminar!Qué bonito relato, con un final muy pícaro. Mª Dolores.
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