Verónica
entra en el tranvía y, después de validar su bono, busca asiento. Encuentra uno y se sienta al lado de una
señora. La mira y piensa que la conoce
de algo pero, no recuerda. En cambio, la
otra, después de observarla de reojo, le pregunta:
-¿Eres
Verónica?
-Sí, me
llamo así, ¿de qué nos conocemos?
-Yo soy
Elena, fuimos compañeras de pupitre en el colegio. Al acabar el bachillerato, preparé unas
oposiciones para la Administración Pública, conseguí una plaza. Me casé y tengo tres hijos. Tú, ¿qué rumbo elegiste? Te veo muy morena.
-Bueno,
trabajé en varios empleos, nada fijo.
Paseando un día, encontré un billete de diez euros. Adquirí con él tres décimos de lotería. Salieron premiados. Con el importe ganado, compré un pasaje para
un crucero, en un barco impresionante.
Conocí a un americano multimillonario que me invitó a la isla que posee
en Oceanía…
-¡Naranjas
de la china!- contesta Elena- Eso no te lo crees ni tú.
-Tienes
razón, me lo he inventado todo. ¡Ah! el color moreno de mi piel, lo adquirí en
la finca de mi tío, recolectando tomates.
Necesitaba dinero para sobrevivir.
Verónica no cuenta mentiras, deja volar su imaginación y crea realidades nuevas con las que huir por un rato de lo cotidiano. ¡Tu personaje podría ser tan buena contadora de historias como tú!
ResponderEliminarMuy buenas naranjas de la china. Al que quiere saber, mentiras en él.
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