Me llamo
Carlos. Tengo trabajo pero, en mis horas
libres voy de pesca. Ese es mi
pasatiempo favorito. Desde pequeño, mi
padre me llevaba a pescar y, gracias a él, me aficioné a ese deporte tan
relajante.
Una tarde
noche en la que estaba pescando, conocí a una chica que hacía lo mismo que
yo. Me extrañó porque no es habitual ver
a una chica entretenerse con la pesca.
La saludé.
-¡Hola! ¿Qué
tal? Me llamo Carlos. ¿Has pescado algo?
-¡No!
Nada. Y tú ¿Cómo vas? –me contestó.
-He sacado
sólo una cabrilla. Hoy los peces no quieren comer –le respondí enseguida.
-Mira, tengo
una lancha, ¿quieres venir?. Mar adentro
se pesca más.
Nos subimos
y dirigió la embarcación a unos metros de la orilla. La joven tenía muchos utensilios para la
labor de pesca; incluida una red. Ella
me indicó que la echáramos al agua y así cogeríamos más peces.
Tiré la
malla al agua y vi como se hundía hasta llegar al fondo. Pasado un rato, empecé a recoger. Pesaba mucho, tanto que ella me tuvo que
ayudar. Estábamos seguros de que estaría
llena de peces. Cuando terminamos de
subirla al bote, nos quedamos sorprendidos porque, a parte de algunos peces y
toda clase de crustáceos y caracolas, había una gran cantidad enorme de
estrellas de mar de todos los tamaños y colores. Me quedé asombrado porque nunca había visto
tantas juntas. Solamente aquellas del
firmamento que guardan tanto misterio. Miré
entonces al cielo y, aprovechando cómo parpadeaban y corrían de un lado para
otro, cogí el móvil y estuve sacando fotos a todos esos maravillosos astros.
Volví a casa
cargado de estrellas de mar y del universo.
¡Qué bien resolviste el final de este relato! Muy acertado el juego de mezclar estrellas de mar y del cielo. Me ha encantado, Naty
ResponderEliminarCADA VEZ ME GUSTAN MÁS Y MÁS TUS ESCRITOS. ESTA BELLA HISTORIA ES PRECIOSA. BUENISIMA PESCA
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