Desde
que llegó a la gran ciudad, la muchacha se sintió enormemente sola. A nadie le importaba lo que le pasaba, ni lo
que decía. A pesar de ser
claustrofóbica, subía al ascensor de su edificio intentando entablar conversación
con los usuarios; prontamente comenzaba a contarles sus cuitas, pero éstos no
le hacían el menor caso. Cada vez que
entraba a una cafetería contaba su sueño a quien estuviera a su lado; le
miraban con indiferencia y no le contestaban.
Ella, que jamás fue una mujer osada, abordaba a los paseantes para
hablarles del tiempo que hacía –una manera sencilla de entablar conversación –y
ni por esas; siempre la ignoraban.
Fue
tanta su soledad que hasta pretendió participar en un taller de narrativa; ¡no
quisieron admitirla!. Resultó chocante
pero le dieron con la puerta en las narices.
A
pesar de los contratiempos, ella no pierde la esperanza de encontrar con quien
trabar la hebra un día cualquiera.
Entonces deshojará su historia, pese a quien pese.
Terrible el peso de tanta soledad la de tu protagonista, Mary. Lástima que no tocó las puertas de Las Flores del Teide; entre nosotras hubiera tenido sitio y hasta se hubiera atrevido a contarlo en las páginas de un libro titulado Las Flores del Teide Narran, ¿verdad?.
ResponderEliminarSerá mi recomendación en cuanto la vea, no se va a arrepentir, nosotras estaremos encantadas y ella encontrará la oportunidad de contar sus historias. .
ResponderEliminarMe tienes que presentar a tu protagonista, yo si le haré caso, pues la comprendo. Mª DOLORES.
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